domingo, 14 de septiembre de 2014

Veintidós.


Abrí los ojos, miré a mi alrededor, seis y cuarenta y cinco de la mañana, no me sorprendí al ver lo que veía a diario: el televisor sin señal, viejo y poco funcional; una taza rota con una gota de sangre seca color carmesí en el borde; uno que otro periódico viejo en el suelo del lugar, probablemente titulares de hace más de dos semanas; el peculiar olor ha guardado, un olor agudo y constante que ya no sentía completamente, pero que sabía que estaba allí, un olor que se hacía más fuerte con el paso del tiempo, de los días, las horas, minutos y segundos; más  el apartamento decaído, viejo, olvidado, sucio y asqueroso.